Revista AAPPG: LA SOLEDAD DE LAS PANTALLAS. AFECTACIONES EN LO VINCULAR Y EN LO SOCIAL

Diana S. Blumenthal. Patricia E. Emborg.  Elena Furer. Beatriz Gelman. Analia Goldin.  María Teresa Marín. Analia Pesl. Elba Wolfzon.  Silvia E. Zeigner.

 

DE LA FAMILIA SAGRADA A LAS FAMILIAS EN LA DIVERSIDAD. AVATARES DE LA SUBJETIVACION

En la actualidad, la búsqueda de rendimiento y de complacencia ilimitada coinciden. Confluyen en un universo de significaciones imaginarias del que forman parte las pantallas, en su multiplicidad de expresiones (Facebook, Instagram, Tik-Tok, Netflix, TV).

A través de las aplicaciones se genera un modo de comunicar mientras se promueven formas de dominio y control. Veladas por una aparente libertad, arman una red social favorecedora de sentimientos ilusorios de pertenencia.

¿Qué imaginarios colectivos habilitan?

Las pantallas no solo tienen efectos en la soledad y en lo vincular. También promueven imaginarios colectivos que habilitan y, en ocasiones orientan, direccionan o imponen, diferentes formas de subjetivación. A través de ellas, los cambios sociales se cuelan en la vida cotidiana. Ingresan a los hogares por la publicidad, la televisión y, en la actualidad, las distintas redes sociales.  Modelos familiares muestran parentalidades acordes a las épocas y pautas culturales, exhibiendo múltiples modos de vincularse, de vivir y de concebir familia por “naturaleza, adopción y técnicas de reproducción humana asistida” (tal como figura en el Código Civil actual de nuestro país).

De la familia Campanelli a la de la serie Modern Family, nos vemos reflejados en lo que las pantallas muestran y describen. Así nos encontramos con la irrupción de situaciones antes impensadas que habilitan nuevas posibilidades generadoras de interrogantes y problemáticas.

 

 

 

De la familia sagrada a las familias en la diversidad

El impacto de la cultura patriarcal talló fuerte en los modelos normalizadores del mundo occidental dando soporte a un ideal de la vida familiar. Freud, hijo de esa época, produjo pensamiento a partir de esos esquemas.

Aquel modelo familiar se caracterizaba por la disociación de la sexualidad y el cuerpo.  Remitía a la imagen de un padre forjado desde la antigüedad, cuando se fueron sustituyendo las diosas femeninas, símbolos de la fertilidad, por dioses masculinos capaces de crear. De modo que los códigos patriarcales, apoyados en situaciones sociales y políticas, establecieron un funcionamiento familiar sostenido por siglos, paradigma que los movimientos feministas de época han sabido cuestionar. De esta manera, se posibilitaron emancipaciones, habilitantes para la re-visión de todos los lazos vinculares: familiares, laborales y en las distintas tramas sociales. Esa movilización de los integrantes de las mismas, gestionó libertades que permitieron la creación y legitimación de nuevos modelos.

El Complejo de Edipo pasó a ser una verdad universal. Pero ¿hay verdades universales?

¿Es la identificación con el padre y su ley la que posibilita la salida al mundo simbólico y la cultura, o es resultado de una función que puede ser desempeñada por cualquier otra persona: la madre, otro familiar, una pareja del mismo sexo, un “segundo adulto” (Jessica Benjamin)?

 

Revisitando el Edipo

Haciendo historia sobre la concepción de los procesos de subjetivación, el complejo de Edipo se formulaba como el organizador  psíquico, en tanto su atravesamiento determinaba la estructuración de la personalidad y orientación del deseo (Laplanche y Pontalis). En este sentido, la identidad sexuada sería uno de los desenlaces más significativos de este proceso: basados en una determinada biología los aspectos de la sexualidad se pensaban en términos excluyentes y binarios, asociados a salud o patología, abroquelados en un formato que diera cuenta de una masculinidad  o femineidad invariantes y universales, sin lugar para la singularidad.

Hoy, a la luz de las múltiples variaciones en los modos de vivir los aspectos de la sexualidad, que ya no son considerados  “fallidos”, y frente a la legitimación de caminos aquel abroquelamiento medular de la sexualidad se desbarata. No podemos negar que es difícil seguir sosteniendo aquel andamiaje que daba cuenta de un único desarrollo psicosexual.

Los procesos de subjetivación siguen gestándose en el marco de vínculos que alojan al sujeto y lo dotan de presencias con las que identificarse.  Nada más vigente que el triángulo propuesto por el Psicoanálisis Vincular, Sujeto-Vínculo-Cultura, para seguir dimensionando la trascendencia que tiene la presencia del otro.

Si nos remitimos al otro triángulo, el propuesto y pensado por Freud, el de la pareja parental y el niño, encontramos ciertas variaciones que las nuevas parentalidades dejan al descubierto, no siendo la sexualidad de los ahijadores ni una determinada configuración familiar condicionantes de la salud mental de los hijos.

Homoparentalidades, monoparentalidades, parejas tradicionales o familias tribu  pueden ahijar, atravesando las múltiples vicisitudes propias de la crianza.

 

Complejo Identificatorio Subjetivante

Sin configuraciones familiares rígidas, sin una lógica temporal acotada, sin encorsetamientos de género, pero en la consideración del valor estructurante de los tejidos sociales, planteamos alejarnos del concepto clásico del Complejo de Edipo para considerar un modelo más amplio.

Proponemos pensar en un Complejo Identificatorio Subjetivante para referirnos al conjunto de identificaciones organizadoras y productoras del psiquismo.

Complejo: (del latín complectere: abrazar, abarcar) es un término que indica un conjunto que totaliza, engloba o abarca una serie de partes (hechos, ideas, fenómenos, procesos).

Identificatorio: porque lo que abarca son procesos psicológicos mediante los cuales se asimilan aspectos, propiedades, atributos de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste (Diccionario de Psicoanálisis. Laplanche y Pontalis).

Subjetivante: porque esas identificaciones van a configurar un entramado constituyente y organizador de la subjetividad.

Este término sigue la línea planteada en trabajos anteriores, donde propusimos superar el binarismo de las funciones materna y paterna, o de sostén y corte, por el de funciones subjetivantes.

Las funciones subjetivantes “configuran un entramado necesario en el cual se constituyen los sujetos a través del tiempo con sus vicisitudes vinculares. Esto implica por parte del o los adultos responsables: sostén, corte, tolerancia a la frustración, narcisización, construcción de narrativas y de bordes permeables, con reconocimiento de la alteridad y sustracción al goce.” (Lo Familiar. Parentalidades en la diversidad).

El Complejo evoluciona con avances y retrocesos. Cada quien conformará su personal encrucijada con ritmos personales, tiempos y vicisitudes. Está siempre en juego como soporte identificatorio, con momentos prínceps y reactivándose en otros, tales como la pubertad, la experiencia de la maternidad/paternidad, entre otras crisis vitales.

Es una producción vincular, espacio en el que ahijadores e hijos advienen como tales simultáneamente, en un determinado contexto histórico cultural.

 

La clínica nos convoca

Deseo de hijo: ¿por qué se desea un hijo? ¿para qué? ¿qué hijo? ¿cómo gestarlo? Hay multiplicidad de deseos cuyo posible cumplimiento está habilitado por los desarrollos médico-científicos, junto con otras posibilidades, por ejemplo la adopción.

Tener un hijo portador de la “propia sangre”, de la genética familiar, sigue siendo un fuerte deseo que se impone para muchos a la hora de pensarse potenciales ahijadores (mandatos, vicisitudes narcisistas).

Se ponen en juego lo semejante, lo diferente y lo ajeno. ¿Cuánto de semejante, de identificaciones posibles, se requiere para tolerar la vivencia de ajenidad que puede representar un óvulo o esperma donado? Es importante en estas consultas trabajar la vivencia que despierta la ajenidad y si es posible que se abra un sendero de conexión con lo diferente.

Una joven de características aniñadas, influenciada por los consejos de su madre, consulta por la ansiedad que le genera la decisión que tomó. Llegando a los 40 años y haciendo referencia al reloj biológico y al riesgo de envejecimiento de sus óvulos, decide concurrir a una clínica de fertilización asistida.

La indicación médica fue, por un lado  optimizar la calidad de sus óvulos y por otro elegir de una lista de donantes de esperma el que “más le agradaba”. Luego de analizar genéticamente la calidad de los espermatozoides se decidió la  fertilización, con el “optimista” resultado de lograr cuatro embriones.

Dice la paciente: “Me imagino lo hermosa que va a ser esa niña… igual voy a conservarlos por un año, tal vez consigo pareja y sino ahí me decido a ser “mujer” monoparental…”

Esta viñeta ejemplifica el predominio de un ideal tradicional: el de alcanzar la maternidad, con un quantum de idealización respecto de cómo debiera ser ese hijo. El abordaje tecnológico favorece su ilusión de lograr la perfección del hijo para ser, a su vez,  una mujer perfecta.

El recién nacido adviene a un lugar asignado (en esta viñeta “una hermosa niña”). El niño se apropiará o no, a su manera singular, de este lugar. A su vez, la mamá tendrá que duelar el desfasaje entre el hijo idealizado y el real.

Desde el lugar de analistas, el desafío es trabajar el proceso de duelo que implica toda elección, confrontar la idea de que “todo se puede”, sin renuncias, sustentada en un imaginario colectivo promovido por la lógica del mercado.

Se trata de construir la singularidad, campo de la experiencia y el deseo. Construir un universo distinto y singular, donde se desarrolle la imaginación con disposición crítica y confianza en la capacidad transformadora.

El Complejo Identificatorio Subjetivante se pone en juego desde el nacimiento del bebé y son sus precursoras las fantasías previas de los ahijadores.

Tener un lugar en otro es lo que humaniza. El deseo alimenta el amor a la vida   y está enlazado a nuestras condiciones de existencia junto a otros.

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