El relato bíblico nos dice que el Rey Salomón actuó con justicia salomónica al darle el hijo a la madre que podía renunciar a él.
Muchas preguntas surgen a partir de esta leyenda. ¿Qué es una madre? ¿Madre se nace o se hace? ¿Se es madre sin hijo? ¿Qué es un hijo? ¿Qué lugar ocupa un hijo en una madre?
Ambas mujeres fueron a pedir por un hijo. Ninguna es denominada por el autor como madre. Dos mujeres van a pedir por un hijo. Ninguna es significada como madre. ¿Qué sabemos de ambas mujeres que se pretenden como madres en relación al niño? Una se acostó sobre él a la noche durmiendo y lo ahogó. La otra se despertó para darle de comer y en cuanto supo que el bebé corría peligro de vida sus entrañas se conmovieron ante él.
· Historia del concepto maternidad y maternaje:
El concepto “maternaje” a lo largo de la historia tuvo sus diferentes significaciones. Consideramos a este como el proceso psicoafectivo que acontece o no en la mujer cuando tiene al niño, diferenciándolo de maternidad cuya connotación es más biológica. Dichos conceptos están atravesados transculturalmente por las diferentes épocas en que las mujeres fueron madres.
· Nuestra cultura occidental, está signada por su mito inicial: “Parirás con dolor”.
· La madre bíblica era valorada a partir de su inicial esterilidad en una sociedad donde el nacimiento de un hijo era la continuación de un pueblo. Sara, Janá, Rajel, amaron y sufrieron por su deseo de ser madres en una sociedad poligámica donde sus hombres tenían hijos con otras mujeres, pero ellas, que eran las amadas, no podían realizarse como madres. Los grandes personajes bíblicos, Isaac, José, Samuel, nacieron de una madre estéril que lloró, anheló y luchó por tener un hijo. Esas mujeres estériles se debieron construir en madres, a partir de su deseo.
· Para la cultura cristiana el culto a la Madre María fue fundado a partir del S. I por los evangelios apócrifos para llevar la maternidad por encima de lo biológico. Se comienza a desplegar la posibilidad de trascendencia para las mujeres. La leche materna adquiría un significado simbólico, alimento primordial, nutriente vital para el recién nacido, y consagraba la relación intima que una mujer entablaba con su hijo.
· Durante el período feudal la maternidad era “asunto de mujeres”. La categoría niño no existía por lo cual carecía de derecho. Hasta tal punto la madre decidía por su hijo que en el año 1556, en Francia, se dictó un edicto para obligar a las mujeres a declarar sus embarazos ante las autoridades para evitar “infanticidio”.
· El siglo XVIII, trajo junto a la modernidad la Era de la Razón. Con el intento de pensar una nueva sociedad se le otorgó un nuevo lugar a la madre, colocándola al servicio del hijo. La mujer era valorada en tanto madre. Es en esta época en la que Rousseau, pensador iluminista, idealiza el amor materno. En su libro Emilio dice: “Si las madres se dignan a alimentar a sus hijos, las costumbres se transformarán por si solas, los sentimientos naturales se despertarán en todos los corazones, el Estado se repoblará. Este primer punto, este único punto va a unir todo” (Emilio, libro I, pag. 57, Knibiehler, I. 2oo1)
En el año 1869 Michelet escribe: “¿Son un ser o dos? Podríamos dudar. Desde el principió hasta el final, él esta constituido por su sustancia. En ella él tiene su verdadera naturaleza, su estado más dulce de la beatitud profunda de paraíso. Dios está allí. Ella es lo natural y lo sobrenatural. Debe ser así. Es enorme, excesivo. ¿Pero que hacer? Es nuestra salvación. Así comenzamos, por una idolatría. Un profundo fetichismo de la mujer. Y a través de ella alcanzamos el mundo (Nuestros hijos. Pag. 58)
· El positivismo y la revolución científica, revistió a la función materna en necesaria para la vida del niño. El instinto maternal era explicado de forma racional. Pasteur y sus seguidores, promotores de la prevención de infecciones en la vida de los niños para evitar la alta mortalidad infantil, promovían que la “maternidad exigía una cultura científica”.
· El siglo XX trajo grandes cambios al lugar de la mujer en tanto su función materna. Simone de Beauvoir, precursora del movimiento “la maternidad elegida”, produjo una revolución en la identidad femenina. En su obra “El segundo sexo, en 1949, desacralizó la maternidad. Plantea que existen “malas madres”. Dice que el instinto materno no existe, ni el amor espontáneo tampoco.
Los métodos anticonceptivos trajeron al mundo la posibilidad de que la maternidad sea una elección.
· Desde ya, el S. XXI, nos trae muchas más preguntas que respuesta al rol de la madre. La posibilidad de adopción en parejas homosexuales, la fertilización in vitro, adopción internacional por internet, etc. nos abre un amplio abanico de interrogantes.
La maternidad y el maternaje desde una perspectiva vincular:
En hebreo hijo se dice “Ben”, que proviene etimológicamente de la raíz del verbo construir (B.N.H - livnot). Por lo tanto un hijo construye, construye y es construido en vínculo a partir de esa madre que anhela, desea, y espera ser construida madre.
Y en esa construcción se ponen en juego diferentes variables, diferentes territorios no sólo en la madre sino en el hijo y en el “entre” del vínculo a construir.
Desde el modelo de la complejidad de E. Morín podemos entender el maternaje, ya que es esperable que el vínculo madre – hijo siga el principio dialógico en el cuál ambos términos del vínculo se reúnen y se ligan y a su vez se producen recíprocamente. Una madre produce un hijo si y sólo si un hijo produce una madre. El vínculo madre –hijo no es lineal ni se produce según la relación causa - efecto. Es el vínculo en si mismo el que produce sujeto.
Ser madre es complejo. Imposible pensar una madre desde una concepción determinista. Imposible pensar en una madre si no pensamos que en ella coexisten su ser mujer, profesional, hija, etc. Imposible pensar en una madre si no pensamos en el contexto social, epocal, cultural en el que ella vive.
Lo transubjetivo condiciona al vínculo. Los modelos culturales, los patrones familiares, las realidades existenciales, aportan a la mujer variables que darán forma a su modalidad de maternaje. Lo intersubjetivo le dará una forma especial a cada vínculo en particular. En la clínica vemos madres que ante cada hijo se comporta de diferente manera, y se preguntan acerca de ello. Y hermanos que relatan historias de sus padres como si fueran personas diferentes. Lo que se arma en ese “entre”, es propio del vínculo en cuestión. Por último lo intrasubjetivo dará cuenta de lo particular, profundo, subjetivo del vínculo.
El maternaje no se predetermina sólo por repetición de modelos infantiles. Experiencias que transcurren en la vida de un sujeto van dejando marcas que dan cuenta de un sistema abierto. No podemos hablar de un sistema cerrado, predeterminado y que sólo es fundamentado por experiencias infantiles y expresado en repetición. Cuando hablamos de producción de subjetividad queda restringido el campo de la repetición. El punto de partida no es determinante sino también tiene lugar lo que se produce en el recorrido.
Madre se es a partir del vínculo que se establece con el hijo. No se es madre a prirori, sino que se produce a partir del vínculo. El dominio del vínculo requiere de una relación entre un yo y el otro cuya presencia es imprescindible para la construcción de la realidad psíquica vincular. En la intersubjetividad del vínculo madre-hijo, el componente real e irreductible del otro toma forma de fantasía en su intento por conocerlo. Esto hace que el yo lo pierda y lo posea a la vez, intentando ilusoriamente tener lo que nunca tuvo. Una madre y un hijo se aprehenden y se pierden a cada momento. Muchas madres construyen un vínculo en el cual sus hijos son pensados como su propiedad, olvidando su subjetividad.
El vínculo se conforma a partir de los diferentes sujetos que nos produjeron y nos habitaron desde el comienzo, dando lugar a un punto de partida, un momento inicial de constitución inconsciente. A partir de este momento iniciático comienzan a ocupar lugar todos los otros que conforman los espacios sociales y no familiares, algunos particularizados y otros no tanto y que dan lugar a las raíces inconscientes de la pertenencia social, la ideología, la ubicación social y económica en las que atraviesa el yo.
El momento iniciático de las primeras experiencias son determinantes para el sujeto, pero no exclusivas. Existen también otros vínculos que producen subjetividad y que significan a una “madre” en función de lo que esta entiende por “Hijo”. Vínculos que dejaron marcas a lo largo de la historia del sujeto que a partir de su inicio dieron la posibilidad a la modificación subjetiva, dando lugar a otro sujeto que no estaba previsto en sus orígenes.
A partir de lo dicho, volvamos al juicio del Rey Salomón. Quien fue significada como madre por el Rey fue aquella que pensó en el hijo.
La otra mujer que pretendía un hijo, no era madre. Para ser madre se necesita un hijo con quien establecer un vínculo que es representado por una ligadura estable entre dos yoes deseantes con características de extraterritorialidad.
Ella lo ahogó a la noche, no lo dejó respirar, y ante el niño muerto pretendió reemplazarlo de manera narcisista. Una madre suficientemente buena presta su narcisismo para que el niño comience a construir el suyo y devenga en un sujeto autónomo. Una madre es madre cuando hay un hijo al que desea y con el cual se apega.
La subjetividad de una madre se establece en vínculo con el hijo cuando éste es considerado como otro. Esta consideración excede la relación de objeto externo al yo.
P. Aulagnier se pregunta si la intervención de los padres en su función significante es capaz de anular la alteridad del niño. A eso lo llamó violencia originaria. Esta anulación es necesaria para que se construya una relación madre-hijo, y probablemente así devenga en una relación con otro.
Esta violencia será menos traumática en el devenir del hijo si esa madre lo ayuda a crecer pensándolo como un ser diferente, respetando sus propios tiempos, procesos y deseos.
· Conclusión:
Retomemos la leyenda bíblica, analizando el lugar de la que se anunció como madre, pero aceptó partirlo para así no tenerlo ni ella ni la otra.
Quería ser madre con o sin hijo, o con hijo a medias. Sabiendo que su hijo había muerto anuló su posibilidad de duelo y de responsabilidad en la vida y la muerte de su hijo reemplazándolo con el otro. Obturando la falta de hijo para no elaborar su propia responsabilidad. Pretendía un hijo descartable sin tener en cuanta al niño en particular. ¿Fantasearía completarlo? ¿Pensaría, a modo de la mamá cocodrilo de Lacan, que el hijo es sólo y tan sólo en tanto ella es madre, desconociendo la propia subjetividad del hijo? ¿Decidiría, como Medea, primar su propia existencia en lugar de acompañar el crecimiento de su hijo?
Fue significada como madre aquella que resignó su rol en pos de la vida del otro. Amó al otro con su ajendidad aún renunciando a su presencia.
Pensó, sintió y significó al hijo como a un otro.
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