¿Qué cela el que cela?
Lic. Analia Goldin
Líbrame, oh Señor, de los celos,                                                             
es el monstruo de ojo verde que se burla de la carne que se alimenta.
                                            William Shakespeare. Otelo

Aquellos que afirman que sin celos no hay amor, yerran al confundir “amor” con “amor propio”, con egoísmo, con vanidad.  
Alguien definió los celos como “mezcla explosiva de amor, odio, avaricia y orgullo”.
Alphonse Karr, escritor francés (1808-1890)

Manuel llegó a la consulta, asustado de sí mismo.
Sentado, frente a mí comienza su historia diciendo que “no sabe qué le pasa, no se conoce, y tiene miedo de lo que puede llegar hacer”.
Casado, 42 años, 2 hijos, taxista, se describe como un ex adicto a la marihuana y a la cocaína. Su historia de adicción terminó hace 10 años, momento en que lo detuvieron por robo y fue internado por su padre en un centro de rehabilitación.
Un mes antes de la consulta, viajó con 4 amigos a la costa y su esposa lo llamó para decirle que había fallecido un hermano de ella.
En ese momento, relata, se encontraban en la playa donde Juán, compañero de “giras y calle”, tiraba las cenizas de su madre al mar.
Le pido que me hable de Juán: “En el grupo de amigos Juán siempre fue el mirado, el canchero, centro de atención.  Se paseaba en bolas y le gustaba que lo miráramos.”
Ante el llamado de su esposa sintió algo muy profundo, y pensó “que hago yo acá y ella sufriendo la muerte de un hermano”. Ese comentario me sonó más a auto - reproche que a empatía por su esposa.
Volvió inmediatamente a Capital Federal, y en cuanto entró al velorio comenzó a sufrir un fuerte sentimiento de celos hacia su esposa: “Seguro que mientras yo no estuve me metió los cuernos con todos estos paraguayos”, y así comenzó a acosarla con diferentes escenas de celos torturantes.
Ya no podía continuar el día sin seguirla al trabajo o irla a buscar, le controlaba el teléfono, no la dejaba vestirse con calzas y sospechaba si se arreglaba. Revisaba sus bolsillos y cada papelito que encontraba era indicio de una historia que aseguraba la infidelidad. “Yo quiero saber todos sus secretos. Quiero saber todo lo que piensa una mujer. No sé si soy lo suficientemente hombre ya que no tuve experiencias con otras mujeres”
Comencé a preguntarme qué habría ocurrido en esa escena de San Clemente, para que despierte tal pensamiento delirante.
Freud en su texto, “Celos paranoia y homosexualidad” dice que los celos son sentimientos normales que surgen en el complejo de Edipo.   El niño, desde su nacimiento, vive su vida afectiva en término de a dos, y ese vínculo idílico que tiene con su madre es interrumpido por un tercero.  Ese tercero es el que despierta los sentimientos hostiles que hasta ese momento eran desconocidos. De ahí, establece, que, si no aparecen en la vida afectiva, es seguro que cayeron en la represión, y desempeñan en la vida anímica del sujeto un lugar preponderante.  Es por eso que para Freud los celos encubren un estado de tristeza importante por el objeto erótico perdido, una ofensa narcisista por el abandono sentido, sentimientos hostiles hacia el rival, y un gran sentimiento de autocrítica en el que se culpa al yo por haber hecho algo mal para perder a su objeto de amor.
Los celos se pueden clasificar en tres tipos: 1º, celos concurrentes o normales; 2º, celos proyectados, y 3º, celos delirantes.
  • Los celos normales son, generalmente, más o menos racionales.  Se audjudican a un hecho de la realidad presente del sujeto, pero su origen se encuentra en raices inconcientes.  Estos celos son vividos de manera bisexual, ya sea hacia el representante del objeto perdido como hacia el representante del rival.
  • Los celos proyectados nacen de las propias infidelidades, o de su fantasía, relegados por la represión a lo inconciente.
  • Los celos delirantes, también nacen de fantasías  infieles reprimidas pero de orden homosexual. Estos celos ocupan un lugar claro en la paranoia y surgen como defensa de un impulso homosexual que se pordría describir según la clásica fórmula que Freud enuncia en el caso Schreber: No soy yo quien le ama, es ella. 
Comienzo a indagar a cerca del contenido de los celos de Manuel y encuentro un eje en común: él siente que le faltan el respeto.  Este sentimiento de menosprecio se repite cuando relata sus, cada vez más seguidos, actos de violencia.  Se describe como una persona intolerante ante lo distinto, no soporta la diferencia de ideas y reacciona con agresión en cualquier circunstancia donde el otro se muestra como tal.  Aparecen las primeras contradicciones que trabajamos en el tratamiento: él se describe como un individuo librepensador, con ideas progresistas, adhiere a ideas políticas de izquierda pero en el punto de las minorías,ya sean nacionales como religiosas, le nace de “un lugar profundo deconocido por él”, un sentimiento de odio que no puede dominar.  Se le tranforma la mirada, la expresión de la cara y el tono de voz.  Cuando le marco estos cambios  comienza a hablar de su abuelo y de su padre:  su abuelo, alemán, participó de la segunda guerra mundial en el ejército nazi.  Llegó a la Argentina, finalizada la guerra, y al poco tiempo fue llamado de regreso a Alemania, donde fue enjuiciado, y cumplió una condena de cuatro años. 
Su padre, un hombre con dificultades afectivas, criado en un hogar cuasi militar, repitió su modelo de paternidad, vinculándose con Manuel, desde el autoritarismo. “Nunca me tuvo en cuenta”
Vivió toda su infancia y adolescencia, con sus padres y abuelos maternos.
Al recordar su infancia, su rostro se entristece.  “Mi mamá me crió como un bebé. No me dejaba respirar. No me permitió ser yo”. Se recuerda como un niño inquieto, travieso, con problemas escolares, y peleador, pero al que su mamá siempre defendía: “defendía lo indefendible, y cada vez que podía,  yo redoblaba la apuesta para que se de cuenta quien era yo”.
Su madre mostraba enojo ante sus comportamientos y lo amenzaba con la intervensión del padre.  Al llegar éste, lo traía de los pelos, le pegaba muy fuerte, y su madre salía en su defensa, pidiéndole que no “tocara al nene”. También su abuela lo defendía, interfiriendo ante la intervención del padre.  “Mi papá de la única forma que pudo comunicarse conmigo es a los golpes y la prepotencia.  Lo de mi mamá era perverso, primero me retaba, me amenazaba con mi papá, le calentaba la cabeza, y cuando él hacia algo ella le gritaba y le pedía que no se meta.  Se me hacía dificil entender a mi mamá.  Por eso siempre estaba en la calle”.
Usó chupete, comprados por su mamá, hasta los 13 años, y se lo sacaba sólo para ir a la escuela o cuando venían amigos a su casa.  Esto era sabido y compartido por toda la familia y tomado con toda naturalidad.  El chupete lo dejó cuando lo reemplazó por el cigarrillo y la droga. 
Recuerda dormir con su madre hasta edad muy avanzada, y que esta le calentaba la ropa con la plancha para “que esté calentito”, para ir a la escuela.
Desde muy chico estaba siempre en la calle.  Cuando habla de sus amigos de infancia en la actualidad los sigue  llamando “los chicos”.  Con los mismos chicos, pasó su infancia, comenzó a fumar, a consumir, a delinquir.  Con los mismos chicos se reunía hasta ahora,  dos noches a la semana a comer, tomar y fumar marihuana.  Los chicos, hombres de 42 años eran descriptos por él como una barra de amigos adolescentes. 
Es con estos chicos con los que se encontraba en la playa aquel día fatídico en el que empezó su calvario.
Era esa escena la que más me intrigaba. ¿qué fantasía habrá aparecido en ese momento para que desemboque en un episodío de celos de tal magnitud, casi irracional, delirante?
Según Freud, la hostilidad que el celoso paranoico le atribuye al otro es un reflejo de sus propios sentimientos hostiles. La pregunta que surge es de dónde proviene ese afecto hacia alguien del mismo sexo que aparece como una amenaza. La respuesta sería que surge de la inversión de ese afecto.      La ambivalencia sentimental existente toma la base del odio, intensificando el incumplimiento de las aspiraciones amorosas. Dicha ambivalencia sirve al perseguido para rechazar la homosexualidad, manifestándose en celos.
Recuerdo las sesiones en la que Manuel llegaba llorando sin poder parar. 
Me contaba que ya casi no podía salir con su esposa a la calle.“Ya no miro más mujeres. Me la paso mirando a los hombres que ella podría mirar. Me hago la cabeza con otro tipo.  Les miro el bulto, los pectorales y me pregunto si ella también los mira”  Cuando le pregunto acerca de sus sentimientos en esos momentos los decribe como “impotencia, me faltan el respeto” .
Ese sentimiento de Falta de Respeto, fue una llave para un sin número de recuerdos infantiles.
Comenzando por los ya relatados “cuidados” de su madre, hasta las siguientes escenas, de los más traumáticas.
La primera escena transcurrió a los 8/10 años.  Estaba jugando en la calle, con los chicos, y vinieron tres chicos nuevos que lo invitaron a su casa.  Cuando llegaron lo obligaron a que masturbe a uno de ellos “me obligaron a que le chupe el pito”.  Poco pudo recordar de sus sentimientos de aquél día, ni del por qué accedió, más que el miedo que sintió si no lo hacía.
La segunda escena transcurrió a los 16 años, Querían entrar con los chicos a la cancha y un señor que trabajaba ahí, les dijo que si le permitían hacerles sexo oral, los dejaba entrar.  Recuerda haber entrado a una piecita.  Nada recuerda de lo que sintió o pasó en ese momento más que las ganas de entrar a la cancha.
También me cuenta que a los 12 años intentó penetrar a un chico de la barra. “Tuve una erección. Él estuvo de acuerdo. Era pura exploración normal de chicos”.
Estas escenas fueron relatadas por primera vez en análisis. Escenas que  fueron asociadas por él como escenas de abuso. Las preguntas que empezaron a surgir en él eran por qué aceptó. Asociaba algo de esa falta de respeto que siente hoy en día, cada vez que alguien le hace temblar su propia autoestima.
Al analizar un caso de paranoia Freud explica:
“La falta de personalidad del padre dentro de su familia y un vergonzoso trauma homosexual experimentado en años tempranos de su adolescencia habían actuado conjuntamente para reprimir su homosexualidad y mostrarle el camino de la sublimación. Toda su adolescencia aparecía dominada por una intensa adhesión a su madre, cuyo favorito era, y en esta relación hubo de desarrollar ya intensos celos del tipo normal”[1]
Manuel no se pudo defender de su pulsión vía sublimación.
“Las fantasías patógenas, retoños de mociones pulsionales reprimidas, son toleradas largo tiempo junto a la vida anímica normal, y no producen efectos patógenos hasta que no reciben una sobreinvestidura por un vuelco en la economía libidinal; sólo entonces estalla el conflicto que conduce a la formación del síntoma”.[2]
Lo vivido en esas escenas tarumáticas entró en el orden de lo in-decible.  Característica fundamental de las adicciones.  Aquello que no se dice se actúa.
Pasado un mes de tratamiento Manuel llegó consternado.
Esa mañana, manejando su taxi, un colectivo “casi me roza, frené, saqué el matafuegos, y empecé a romperle los vidrios de las ventanillas de adelante. Vino la policía, y recién ahí caí en lo que había hecho.
Nueva escena esclarecedora.  Cuando le pregunto a cerca del significante “Roza”, me dice “igual que lo del abuso. Sentí que el colectivero abusaba de mí. Me faltó el respeto. Porque es más grande se cree que es el dueño de la calle y que yo tengo que hacer lo que él quiere.  Esta vez me hice respetar.  Pero me asustó mi propia reacción”.
Le repitoroza”, y él me dice: “como si fueramos mariquitas.  Pero más violentos”
Comenzó a partir de este momento un análisis de sus reacciones violentas.
Pasado un año de análisis, ya no se realizan más las reuniones, casi eróticas, con los chicos.  Fueron reemplazadas por cenas con martrimonios o con amigos.
Todavía me queda por indagar acerca de esa escena en la playa, y que fantasías irrumpieron ahí.






[1] Sigmund Freud. Obras Completas. Tomo XVIII. Ed. Amorrortu. Pág. 221
[2] Sigmund Freud. Obras Completas. Tomo XVIII. Ed. Amorrortu. Pág. 222

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