El desafío de la escuela pos-moderna en búsqueda del respeto a la diversidad.

(Trabajo premiado como mención especial en el concurso "El mensaje de Einstein por los derechos humanos y la educación. Amigos de la universidad de Jerusalem. 2016):

                                                                                                          Lic. Analia Goldin


La escuela, como institución, atravesó a lo largo de su historia, cambios transculturales, y a ellos se tuvo que adaptar. Tal es así que en siglo XXI, se encuentra frente a un gran dilema: Cómo funcionar abierta a la diversidad, y no dejarse tentar por la oferta del mercado que medicaliza la educación.Cómo hacerse cargo de lo heterogéneo y no plantearlo como si fuera  un problema, patologizando los ritmos escolares.  Cómo frente a las dificultades escolares, no designar a niños lentos en sus aprendizajes como TGD, y a quienes son muy inquietos como ADD, con demasiada liviandad.
Einstein era un niño “lento” en su desempeño escolar. Él mismo dijo alguna vez que esa lentitud lo ayudó a que de adulto publicara  una teoría como la de la relatividad: «un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido mayor».[1]
Ya como un hombre de ciencia, Albert Einstein trató de impartir en su vida un mensaje humanista.  El amor por el conocimiento, la búsqueda de la verdad y el fortalecimiento de los valores sociales, fueron eje de sus discursos a lo largo de las visitas que realizaba en diferentes países.
            En sus diálogos con alumnos y docentes se refirió a una escuela inclusiva, que pueda leer su desempeño desde una perspectiva multicausal.[2]  Una escuela que pueda contemplar una educaciòn por la diversidad basada en ideales humanistas y así lograr el desarrollo de la humanidad proyectando  hombres que  puedan cambiar la forma de vivir y actuar en el mundo.
¿Cuántos niños, como Einstein, podrán vencer las barreras del diágnostico y emerger como sujetos creativos?.
·         La escolaridad del niño Einstein
          Albert Einstein nació en la ciudad bávara de Ulm el 14 de marzo de 1879. Fue el hijo primogénito de Hermann Einstein y de Pauline Koch. El pequeño Albert fue un niño que se encerraba en sí mismo, y tuvo un desarrollo intelectual lento.
No era un alumno ejemplar a los ojos de sus maestros. Cursó sus estudios en una tradicional escuela prusiana del siglo XIX, donde el modelo de enseñanza-aprendizaje no daba lugar a la diferencia.   Era un niño quieto y cuestionador  frente a sus docentes, y no se concentraba en las clases.
El adolescente Albert no tenía muchos amigos en su escuela ya que sus intereses eran diferentes a los del resto de sus compañeros.  No era el alumno que se mostraba interesado o deslumbrado por lo que aprendía en la escuela.[3]Es probable que sus docentes se hayan desesperado (¿o no?), por su actitud frente al conocimiento que le querían impartir.
         Aquella escuela de Eintein no difiere, en su estructura, a la que concurren nuestros niños y jóvenes hoy.  La institución escolar fue pensada en sus inicios  para un sector social de elite.  Producto de la modernidad, establecía en su relación asimétrica la única dirección pensable en la educación: a los alumnos hay que alimentarlos. No pueden nutrirse por ellos mismos[4], y esto solo lo pueden lograr docentes portadores de una verdad incuestionble y una escuela institucionalizada regida por principios verticalistas. En este modelo de escuela, Albert Einstein, no era el estereotipo del alumno perfecto. 
Albert Einstein, en su adolescencia,  vivió una experiencia seguramente traumática para cualquier estudiante, y hasta es probable que hubiera inhibido a muchos niños en su desarrollo posterior: concurría al Luitpold Gymnasium y su profesor, Joseph Degenhart, le dijo: “nunca conseguirá nada en la vida”. Cuando Einstein le respondió que no había cometido ningún delito, el profesor le respondió: “tu sola presencia aquí mina el respeto que me debe la clase”.[5]
Será por alguna de estas experiencias que escribió de adulto  acerca de la educación: “A veces se ve a la escuela sencillamente como el instrumento que sirve para transferir una cierta cantidad máxima de conocimientos a la generación que se está formando. Pero esto no es correcto. El conocimiento es algo muerto; sin embargo, la escuela ha de preparar para la vida”.[6]
El siglo XXI acelera sus ritmos y nos desafía con sus cambios.  Pero ¿La escuela, especialmente  en su formato tradicional,  se adaptó a dichos cambios?
La escuela para unos pocos elegidos se transformó en la actual, que es para todos, y este intento de diversidad no llegó acompañado de cambios estructurales.  Por lo tanto, el éxito esperado de dicha institución y de sus participantes, trae aparejado un frecuente fracaso escolar. La institución educativa no tuvo en cuenta las diversidades sociales y culturales para su modificación; y es así que acude a una respuesta “clínica” para explicar su fracaso: el fracaso en la escuela se suele explicar por un déficit en los alumnos. Pensar en una teoría del déficit es encontrar una respuesta sólo desde el sujeto que es visto como deficitario.  Es pensar sólo en un proceso de aprendizaje y no de enseñanza- aprendizaje.
·         El malestar en las prácticas socio educativas.
Dentro de la institución escolar, la escuela media, es la que convive con unos de los sectores educativos que más expresa estas disonancias: los adolescentes y el mundo vertiginoso en el que ellos viven. Es habitual escuchar un malestar en los docentes a raíz de comportamientos y dinámicas grupales que interfieren en las tareas escolares. Estos relatan situaciones que revelan una  violencia oculta y  silenciosa,  y lo llamativo para ellos,  es que la misma  está naturalizada.
Solemos escuchar que los alumnos son indiferentes con  las propuestas escolares, lo que genera dificultad en la tarea. Algunos interfieren en las explicaciones y generan situaciones provocativas, mientras que otros intentan seguir la clase, pero no se atreven a expresar su  “deseo de aprender” para no contradecir  al grupo que ejerce poder.  Se naturaliza la violencia, y  situaciones de agresión y acoso que incluso, tomaron su forma cybernética.
Es así que surge la siguiente pregunta en diferentes ámbitos esolares: ¿Qué interfiere entre los estudiantes y su práctica educativa?
          Lo que la escuela no se plantea es si responde a las necesidades e intereses de su población, tanto desde lo académico como desde lo social. Los adolescentes se encuentran en un proceso de modificación tanto física como emocional. Es probable que la apatía, la indiferencia por los contenidos escolares, el descenso en el rendimiento, sean una respuesta, desde una defensa empobrecida, a los conflictos tanto escolares, intersubjetivos, como sociales. El oposicionismo, la inquietud, el negativismo, el rechazo, dejan visualizar el movimiento de retracción que realiza el adolescente de todo lo dado para apartarse de ello, y anticiparse o desplegarse en otros planos y esferas.  Estas modificaciones, tanto internas como externas proponen al adolescente nuevos escenarios de interés.
Al decir por Freud en su obra El Malestar en la Cultura, el hombre en civilización es presa de un malestar irreductible: vivir en sociedad nos hace renunciar a la satisfacción de nuestras pulsiones.  La cultura nos resguarda de nuestro desborde pulsional, y es propio del sujeto con qué mecanismos lo resuelve.
Si el malestar se encuentra en el aula, deberemos pensar en el entramado pulsional que se genera entre los docentes, los alumnos, la institución educativa y la familia.  Y también  posibilitar, en la tarea cotidiana, propuestas para que el aprendizaje sea un espacio de regulación pulsional.
Desde una perspectiva vincular, es en el “entre” del vínculo donde debemos intervenir y pensar[7]. Leemos en Proponer y dialogar, temas jóvenes para la reflexión y el debate: “Vivimos en una época de deterioro de los lazos de cohesión social, en la que las instituciones socializadoras, como la familia y la escuela, están disminuyendo la capacidad para transmitir eficazmente pautas de convivencia social y solidaridad”.[8]
             Si pensamos en la Teoría de la complejidad, Edgard Morín propone que el conflicto es multicausal tanto por sus causas como por sus integrantes.  ¿Será que el malestar que manifiestan los jóvenes es un pedido de atención para lograr que sus docentes y padres se involucren en su crecimiento ejerciendo la autoridad que reclaman para sentirse más acompañados?  ¿Podrá lograr la escuela ser el espacio de atrincheramiento que el adolescente necesita?
En Moisés y la religión monoteísta, Freud plantea el vínculo que existe entre la función paterna y el progreso cultural.  Dicha función despierta en los sujetos disposición al saber y la inquietud por aprender.
En la escuela de hoy, es habitual observar distorsiones en esta disposición al saber, hasta llegar a lo patológico.  Mi propuesta es nombrar a ciertas conductas que ocurren en el aula, a modo de síntomas típicos de los trastornos de la alimentación, pensando en la analogía que existe entre el comer (incorporar al cuerpo el combustible necesario para su funcionamiento) y el saber (incorporar a nuestra subjetividad elementos que nos forman y nos nutren). Muchos alumnos sufren de anorexia del conocimiento (saber, poquito y nada) o de bulimia del conocimiento (estudiar mucho y de memoria, sin ninguna elaboración y “vomitar” lo estudiado sin que quede algún registro). Para entender dichos síntomas escolares tenemos que hacer una lectura no sólo de la dimensión subjetiva de cada sujeto sino también de la dimensión social: qué valores predominan en esta cultura, qué exigencias tiene, qué conductas están desvalorizadas entre los adolescentes.
Teniendo en cuenta lo que plantea Freud en El Malestar en la Cultura, cada sujeto tramita su malestar según su singularidad, de acuerdo con sus posibilidades.  Frente al conflicto entre las exigencias que le impone la cultura  y la renuncia a la satisfacción de  sus pulsiones, el sujeto encuentra una solución de compromiso vía sublimación. 
Me pregunto, si esta indiferencia que se percibe hoy en día en los adolescentes dentro de la escuela frente a ciertos contenidos planificados por la institución no será del mismo orden. Un intento fallido por resolver lo irreductible del conflicto pulsional, tapándose los oídos con los auriculares  para evitar anoticiarse de la angustia que genera la exigencia.
También es notorio lo que ocurre en muchos docentes.  Habitualmente queda instalada la queja del malestar, proyectando la responsabilidad en los alumnos, en los padres y en el sistema educativo, junto a una actitud de resignación que los inhabilita a pensar en acciones que quiebren el conflicto. Cuando la queja queda proyectada en el afuera, poco espacio hay para la reflexión acerca de los aprendizajes significativos que los adolescentes requieren y que la escuela tiene la obligación de transmitir.
La función paterna debe instalarse al servicio del conflicto entre cultura y pulsión, que siempre necesita la mediación de un Otro para tratar su propia imposibilidad.  Ese Otro, en términos de función,  son los docentes, la escuela, la familia.  La invocación a ese Otro está orientada a que un sujeto advenga, para que pueda responder y ubicarse en la vida con un deseo singular.  La función paterna es la condición para la estructuración normativa del sujeto. Es la que logra introducir al “cuerpo del desborde pulsional” en una regulación social. Es la que habilita al sujeto y facilita su ingreso a cada cultura particular, con sus propias normas en relación a lo que se puede, a lo que no se puede, a las normas de alimentación, de aseo, de abrigo y a su relación con el conocimiento.
Zigmunt Bauman, en Amor líquido, retomando a John Urry dice: “Las relaciones de co-presencia implican siempre cercanía y lejanía, proximidad y distancia, solidez e imaginación.” Las nuevas subjetividades adolescentes en la era de la tecnología,  cambiaron estas categorías, y pocos docentes se detienen y se animan a involucrarse e implicarse para comprender cómo influye esta nueva manera de vincularse en las relaciones dentro del aula; espacio en el que se comparte en grupo,  donde la presencia del otro no puede ser eliminada con la utilización de un mouse.
¿Están, padres y docentes, presentes en el devenir adolescente? En Pedagogía de la presencia Antonio Carlos Gomez da Costa propone tres dimenciones de la presencia: apertura, para permitir recibir abierto a otro sujeto; reciprocidad, en tanto encuentro de dos presencias; y compromiso lo que implica sentirnos responsables por el otro.
Es un desafío de la institución escolar “renovarse” para estar “presente”, para dar cuenta de la demanda posmoderna de manera responsable, sin caer en un vacío de contenidos y valores.El adolescente necesita de un adulto presente frente a él para realizar sus duelos. Pero un adulto puching booll  Que tuerza pero que no caiga[9].  Que alimente la fantasía de poder, pero que no lo otorgue por completo. Los adultos están para ayudar al joven a entrar en la responsabilidad, son con quienes tendrá que confrontar como parte de la construcción de su identidad.
Los complejos procesos de desarrollo por los que atraviesan los jóvenes adquieren un movimiento donde se extinguen los viejos vínculos con el medio externo, y aparecen otros nuevos.
Ahora bien, si la escuela  se ve afectada fuertemente por cambios sociales, culturales e institucionales, podríamos entender que esta sensación de soledad que muchas veces sienten los adultos frente a los jóvenes, el sentimiento de que “hablan en distintos idiomas”,  la frustración al creer que no escuchan por estar todo el tiempo “conectados o ausentes”, no es más que un proceso propio de nuestra cultura posmoderna.  Y entonces, este malestar no es más que una respuesta a la frustración que genera la propia renuncia pulsional del adulto frente a esta cultura y su adolescencia perdida.
Ante este sentimiento sería interesante replantear el rol de los adultos en la escuela, para no caer en posiciones autoritarias o nostálgicas, añorando aquellos modos de ser de los docentes que recuerdan de su infancia.   Los maestros, en cuanto a su función paterna, son portadores de palabra.  Y frente a estas situaciones sintomáticas de la cultura escolar, es el deber de la escuela  ejercer dicha función.  Cuando la palabra pierde su eficacia simbólica, el sujeto queda desamparado ante el empuje masivo y desregulado de las pulsiones. Es este un campo fértil para procesos de masificación donde un discurso, que garantiza una verdad absoluta, facilita la irrupción de una pulsión desmedida que, al no ser reprimida y sublimada, se asocia desde el anonimato.  Es así como los adolescentes encuentran en estas masas un discurso que opera como garantía y donde la responsabilidad subjetiva desaparece.
Estamos atravesando una época donde la contradicción nos invita a la reflexión.  Proclamamos defender “la libertad y la igualdad” como derechos “naturales, imprescriptibles e inalienables” de los hombres.  Sin embargo, alcanza con prender la televisión, leer los diarios o simplemente mirar por la ventana, para darse cuenta de que eso no pasa.
Las diferencias en el aula (el extranjero, el de atención lábil, aquél que le cuesta estudiar, etc.) nos devuelve  una interesante paradoja:  la segregación nos muestra la necesidad de que exista el que sufre,  para asegurar que “el que sufre no soy yo.  Es mucho más fácil y tranquilizador ser miembro del grupo elegido.  Si el pobre camina por la vereda de enfrente, eso quiere decir que el pobre no soy yo.  Si el extranjero es perseguido, eso quiere decir que puedo quedarme tranquilo en mi lugar”.[10] Entonces, solemos tranquilizarnos desmintiéndonos día a día, creyéndonos lejos de lo que nunca nos va a pasar. Y es así como conductas etnocentrsita aparecen en las aulas dejando afuera de manera violenta al que no es igual. Y es en esas irrupciones aulicas donde el docente debe estar atento a intervenir, con una palabra que ejerza autoridad.
La palabra debe estar destinada a acallar el dolor que ocasiona el crecimiento, a compensar las renuncias que exige el ingreso a la cultura.  Ejerciendo la función paterna, los adultos que acompañan en este arduo proceso a los jóvenes,  tienen el desafío de agregar la palabra donde se instaló un silencio,  para mostrarles  las posibilidades sublimatorias que los hagan olvidar la urgencia de la pulsión.  Esto se logra a través de docentes que escuchen las necesidades de los jóvenes, que se sientan convocados por sus intereses, y de padres que contengan y mantengan la distancia necesaria, en tanto brecha generacional, que los adolescentes necesitan para confrontar y separarse. 
Los adolescentes esperan a un Otro que los convoque todo el tiempo a la palabra, a encontrar espacios para cuestionar, desafiar y reeditar un pasado en función de un futuro. Los adolescentes acceden a la información que desean, en el momento que desean y en el formato que desean.  Es así como tienen la posibilidad de “con sólo apretar un botón”, filtrar todo aquello que genere un conflicto.  Con el objetivo  de atrincherarse frente a la angustia de la incertidumbre, la tecnología les otorga la posibilidad de construir sus propias realidades. Y en esta nueva realidad que se construye, tienen la posibilidad de identificarse sólo con aquellos personajes que los liberen de dicha angustia.
Pero la escuela no debe caer en la tentación de creer que la sola aparición de la tecnología en las aulas reemplaza los vínculos humanos.  Al respecto Albert Einstein decía: “En realidad es casi un milagro que los modernos métodos de enseñanza no hayan estrangulado ya la sagrada curiosidad de la investigación, pues, aparte de estímulo, esta delicada planta necesita sobre todo de libertad; sin ésta se marchita indefectiblemente”.[11]
·         La escuela del siglo XXI     
               En una época en la cual el zapping condiciona los vínculos, y en la que mediante el Chat logramos conversar con personas que aparecen y desaparecen en tanto queremos mediante el uso del mouse, nuestros adolescentes necesitan una palabra que se sostenga, a pesar de ellos,  y evite quiebres subjetivos.  Una palabra clara que habilite  la palabra de ellos, para evitar instancias de violencia o actos impulsivos y desconectados. ¿Podrá la escuela sacarlos de ese “autismo tecnológico”, en el cual el otro no existe? ¿Podrá incorporar la tecnología como un aliado en la construcción del conocimiento, ayudando a validar los espacios de formación?
               Sugata Mitra[12], propone una educación auto-organizada, donde el aprendizaje es un emergente y se regula por la búsqueda de los propios alumnos, con docentes que acompañen este proceso
              En Mi visión del mundo, Albert Einstein decía: “Para ser un individuo válido el hombre debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un sentimiento vivo de lo bello y de lo moralmente bueno…Estas cosas tan preciosas las logra el contacto personal entre la generación joven y los que enseñan…”[13]
              Un Albert Einstein muy preocupado por la educación, escribía en el mismo texto: “…La enseñanza debe ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una amarga obligación.”[14]
               Promover el diálogo y la confianza, entre alumnos y docentes, es función de la escuela, para así ayudar a despertar las capacidades y las individualidades personales.


Bibliografía utilizada:
·         Bauman Z. Amor líquido, fondo de Cultura Económica. Bs. As. 2005
·         Berenstein I. Familia y enfermedad mental. Ed Paidós. Bs. As. 1976
·         Corominas J. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Ed. Gredos
·         Einstein A. Este es mi pueblo. Buenos Aires, Ed. Leviatán. 1982
·         Einstein A. Notas autobiográficas, Madrid, Editorial Alianza, 1984.
·         Einstein A.  Obra esencial  de Einstein. Introducción. Ed. Crítica. Madrid. 2005

·         Einstein A. Obra esencial  de Einstein. Capítulo: Algunas ideas sobre educación. Ed.Crítica. Madrid. 2005
·         Einstein A. Mi visión del mundo. Traducción de Sara Gallardo y Marianne Bübeck. Ed. Maxi Tusquets
·         Einstein A.  Este es miI Pueblo. Ed. Milá. Buenos Aires 1988
·         Freud S. Moisés y la religión monoteísta.   Esquema del psicoanálisis. Tomo  XXIII. Ed. Amorrortu, Bs. As 1990.
·         Freud S. El Malestar en la Cultura, Cap. II. (tomo XXI).  Ed. Amorrortu, Buenos Aires 1990.
·         Goldin A. Infanci@s y Adolescenci@s.  Nuevos Devenires Clínicos. Ed. Sarmiento. Buenos Aires 2009
·         Gomes Da  Costa A. Pedagogía de la presencia.  Ed.  Paidos. Buenos  Aires
·         Pupo R., Buch Sánchez R Teoría de la complejidad y pensamiento complejo. La obra de Edgar Morín. 2008
·         Sánchez Ron J. M. Capítulo: Algunas  ideas sobre educación. Editorial Crítica. Madrid. 2005
·         TentiFanfani E. Una escuela para los adolescentes. Cap. Cambios de escenarios sociales, experiencia juvenil urbana y escuela.  Ed. Losada. Bs. As. 2000
·         Unicef. Módulo 3; Proponer y dialogar. Tendiendo puente entre los jóvenes y la escuela media. Equipo interinstitucional. pág 55.  Agosto 2002





[1]http://www.biografiasyvidas.com/monografia/einstein/
2http://www.biografiasyvidas.com/monografia/einstein/
[3]http://www.biografiasyvidas.com/monografia/einstein/
[4] Según la etimología  : Alumno, 1605. Tom. del lat. alumnus 'persona criada por otra', 'alumno', y este de un antiguo participio de alēre 'alimentar'.Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Editorial Gredos.
[5]Einstein, A. Notas autobiográficas, Madrid, Editorial Alianza, 1984.
[6]Einstein, A.Obra esencial  de Einstein. Capítulo:  Algunas ideas sobre eduación. Editorial Crítica. Madrid. 2005
[7] Berenstein, I. (1976) Familia y enfermedad mental. Paidós. Buenos Aires. 1976
[8]Taber, Beatriz. Familia, adolescentes y jóvenes desde una perspectiva de derechos. Unicef. Oficina de Argentina. Buenos Aires, 2005
[9]Goldin A. Infanci@s y Adolescenci@sNuevos Devenires Clínicos. Ed. Sarmiento. 2009

[10] Goldin A. Infanci@s y Adolescenci@sNuevos Devenires Clínicos. Ed. Sarmiento. 2009
[11]Einstein, A. Notas autobiográficas, Madrid, Alianza, 1984, págs. 21-22.
[12] https://www.youtube.com/watch?t=992&v=dk60sYrU2RU
[13]Einstein., A.Mi visión del mundo. Traducción de Sara Gallardo y Marianne Bübeck.Editorial Maxi Tusquets.
[14] Ibidem. 

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